Hacer acera

HACER ACERA

Otra tarde en la zona revoloteando entre el suelo y el banco, entre una conversación y un juego, entre la ansiedad del estar para nada y el gusto del freno. Las señoras del banco, octogeniales, nos hablan de la espera, de la cual se denominan expertas.  Especialistas en esperar, de eso no me cabe la menor duda. Me siento cerca de ellas, las observo, les pregunto sin la intención de sacar material, pura curiosidad, disfruto de su silencio, a ver si se me pega algo de eso.  

Comienzo por aquí, por la espera, porque para llevar a cabo esta tarea de la investigación artística hemos escogido la contemplación como metodología, y en la contemplación hay mucho que aprender sobre este arte de saber esperar. En esta decisión de estar-con para nada, la mayoría de las veces descubrimos que lo que encontramos es mil veces más hermoso de lo que buscamos. Permite que salgan a la superficie los invisibles. Que salgan a la luz historias como la de una vecina que hace sesenta años vino a pasar la luna de miel a Lavapiés, o permite jugar a verdad o reto con las niñas de una tienda de alimentación china, o permite que descubramos más sobre los lazos vecinales o simplemente permite acompañarse en la soledad. 

La contemplación es una máquina de crear posibles. De crear espacio en el cuerpo. Y cuanto más espacio se crea dentro, más espacio se crea fuera. Pura ciencia comprobable. Si me masajeo el corazón para ablandarlo, el adoquín también se ablanda y se hace perfecto para sentarse en él. La dureza es una cuestión de la mirada. Es muscular. Basta respirar y estirar.

El arte de la espera también me lleva al valor, al valor social de saber esperar, de saber cuidar, de esos haceres y saberes que no son productivos, que son invisibles, que no tienen medida. Lo que no se nos puede olvidar es que son tareas que tienen la medida del presente. Y estar en el presente, en estos tiempos de insatisfacción, sí que es un arte. Comparto esto de los cuidados porque en estas horas de acera hemos fantaseado con la idea de hacer el no-proyecto, es decir, salvar a lavapiés de un proyecto más sobre sus espaldas. Nos preguntamos ¿y si invertimos esas cincuenta horas de la beca en oferecer nuestro cuerpos a esos cuerpos que atraviesan Ave María 26, a ese cuerpo que es Ave María 26?  ¿Son los cuidados tarea del arte?¿Es en ese estar-con para nada donde se cruzan arte y vida? Cornago en este artículo nos oferece una posible respuesta a esta pregunta: "podría ser que el arte vale hoy para cuidarnos, entendiendo este nos no solamente en sentido personal de aquellas personas con las que trabajamos, sino por el lado plural e indeterminado". 

En estos días de acera nos hemos ido moviendo entre el banco y la sala para observar qué presentes se nos ofrecen en ese entre. ¿Cómo adentrarse en el perfil de los diferentes paisajes y cuerpos de Lavapiés? ¿Qué pasa cuando esas historias pasan por nuestros cuerpos? ¿Qué pasa con esas historias cuando llegamos a casa? ¿Cómo nos afectan? ¿Qué otras historias traen? ¿Y si hacemos un cocktail con todas?  ¿cómo las devolvemos luego al mundo? ¿Y si nos las inventamos?¿Qué danzas aparecen? ¿Qué textos aparecen? ¿Cómo se comunica "hacer acera"? ¿Bastaría con estar para nada, disponibilizarse al presente, estar vivo, para considerarse arte? 

En el trabajo en la calle tengo una cabezonada y es que el arte no interrumpa la vida, que no tenga el foco en la transformación social, que se cuele por las entrañas de la vida. 

Hacer acera es una invitación a demorarse en la presencia, a abandonarse al misterio, a comprometerse con el presente, a preguntarse sobre ese cuerpo que se disponibilizada para el encuentro y a practicar no perder la confianza en lo común. 


Como veréis, muy voluntariosa y generosa la acera. 

Y como también veréis, un trabajo para todo la vida.


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